sábado, 18 de octubre de 2014
Eat, Pray, Love
Querido David:
Hace tiempo que no nos comunicamos. Me ha dado tiempo para pensar sobre mi. ¿Recuerdas cuando dijiste que deberíamos vivir juntos y ser infelices para ser felices? Considéralo un tributo a mi amor por ti que pasé tanto tiempo esforzándome por esa oferta, tratando de hacer que funcionara.
Pero una amiga me llevó a un lugar increíble. Se llama el Augusteum. Augusto Octavo lo construyó para poner sus restos. Al llegar los bárbaros, arrasaron con él. Augusto, el primer gran emperador. ¿Cómo se podía imaginar que Roma, que todo su mundo, un día estaría en ruinas? Es uno de los lugares más callados y solitarios de Roma. La ciudad ha crecido a su alrededor durante siglos. Parece una herida preciada un corazón roto que no quieres soltar porque duele rico.
Todos queremos que las cosas sigan igual. Conformarse con vivir infelices por miedo al cambio, a un derrumbe. Miré este lugar, todo el caos que ha sufrido, cómo ha sido adaptado, quemado, saqueado y reconstruido, y me sentí reconfortada. Quizá mi vida no haya sido tan caótica, pero el mundo lo es y la trampa es encariñarse de una parte de él.
La ruina es un regalo. La ruina es el camino a la transformación. Aún en esta ciudad eterna, el Augusteum me mostró que hay que estar preparados para oleadas de transformación.
Los dos nos merecemos algo mejor que seguir juntos porque tememos la destrucción sino.
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