quieta,
sin permitirme nada.
Y es que la lucha continuaba y más fuerte que nunca.
Horacio era eso:
una mezcla de militancia y romance.
¿Por qué romance y no amor?
Bueno, la verdad es que siempre me costó llamar al amor por su nombre,
a las cosas jodidas no.
La guerra es guerra.
La muerte es muerte.
El dolor es dolor.
Pero nombrar al amor me cuesta.
Cuando supe que Horacio volvía se me fue toda la seguridad a la mierda,
porque la derrota no existía,
pero la lucha era jodida y yo no tenía ningún derecho de involucrarlo a Marcelo nada más que porque él pensaba que me amaba.
En ese entonces creíamos que el único resultado que nos cabía era la victoria.
Si estaba dispuesta a dar la vida
¿cómo no iba a estar dispuesta a renunciar a lo que podía ser apenas una calentura?
No podía tomar otra decisión.
Asi que me quedé parada ahí,
en el andén,
mirando cómo el tren se alejaba.
Igual que un mes más tarde, cuando Horacio después de haber recibido una citación volvió al sur.
Mi vida parece ser eso:
un tren que se aleja llevándose lo que es mío
y yo mirando cómo se aleja,
impotente,
incapaz de correrlo,
de detenerlo,
de cambiarle el rumbo.
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