Las podía mover a su antojo, pero aún no sabía qué hacer con ellas,
aparte de tejer. Nunca había tenido tiempo de detenerse a pensar en estas cosas. Al lado de su madre, lo que sus manos tenían que hacer estaba fríamente
determinado, no había dudas. Tenía que levantarse, vestirse, prender el fuego en la estufa, preparar
el desayuno, alimentar a los animales, lavar los trastes, planchar la ropa, preparar la cena, lavar los
trastes, día tras día, año tras año. Sin detenerse un momento, sin pensar si eso era lo que le correspondía.
Al verlas ahora libres de las órdenes de su madre no sabía qué pedirles
que hicieran, nunca lo había decidido por sí misma. Podían hacer cualquier cosa o convertirse en cualquier cosa.
¡Si pudieran transformarse en aves y elevarse volando! Le gustaría que la llevaran lejos, lo más lejos posible. Acercándose a la ventana que daba al patio, elevó sus manos al cielo,
quería huir de sí misma, no quería pensar en tomar una determinación, no quería volver a hablar.
No quería que sus palabras gritaran su dolor.
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