domingo, 30 de septiembre de 2012

Como agua para chocolate

     A veces Tita ni siquiera probaba la comida, era una comida insípida que le desagradaba. En lugar de comer, prefería quedarse horas enteras viéndose las manos. Como un bebé, las analizaba y las reconocía como propias.
     Las podía mover a su antojo, pero aún no sabía qué hacer con ellas, aparte de tejer. Nunca había tenido tiempo de detenerse a pensar en estas cosas. Al lado de su madre, lo que sus manos tenían que hacer estaba fríamente determinado, no había dudas. Tenía que levantarse, vestirse, prender el fuego en la estufa, preparar el desayuno, alimentar a los animales, lavar los trastes, planchar la ropa, preparar la cena, lavar los trastes, día tras día, año tras año. Sin detenerse un momento, sin pensar si eso era lo que le correspondía.
     Al verlas ahora libres de las órdenes de su madre no sabía qué pedirles que hicieran, nunca lo había decidido por sí misma. Podían hacer cualquier cosa o convertirse en cualquier cosa.

¡Si pudieran transformarse en aves y elevarse volando! Le gustaría que la llevaran lejos, lo más lejos posible. Acercándose a la ventana que daba al patio, elevó sus manos al cielo, quería huir de sí misma, no quería pensar en tomar una determinación, no quería volver a hablar.

No quería que sus palabras gritaran su dolor.

sábado, 1 de septiembre de 2012

Vuelve la angustia de no tenerte conmigo más. Y yo sabía que iba a pasar, tenía planeado no sufrir más por vos. Pero encendiste la mecha y se me estrujó el corazón. Será que nuestra historia esta destinada a ser triste, a ser un boomerang (idas y vueltas), a ser sacrificada.

Yo te dije una vez, y te enojaste, pero la nuestra es una historia de amor, como en los cuentos (infantil las pelotas!) .. y el amor verdadero se une sólo al final.

Ojalá este adiós (el adiós número 547 en lo que va de nuestra relación) nos haga crecer más, ser más fuertes.